Desaprender en la era de lo efímero

Una columna de opinión.

POR Nicolás Rivero

Noviembre 08 2023
Ilustración de David Cleves

Ilustración por David Cleves

Ya han pasado veinte años desde que inicié una estrecha y fascinante relación con los textiles y la ropa. Durante mi formación académica como publicista analizaba en las aulas cómo esas primeras miradas entre los compañeros que no se conocen se empiezan a tejer, y cómo surge una comunicación no verbal en medio de la ligera tensión que involucra conocer a alguien nuevo. Noté pronto que muchos de los compañeros que interactuaban en el aula podían compartir en algunos casos, colores o siluetas de las prendas que vestían, marcas de ropa o incluso códigos mucho más complejos que podían referir a algún género musical o que sugerían algún tinte político o de disidencia juvenil. 

Me fascinaba ser solo un espectador de estas interacciones y analizar sus futuros desenlaces; luego de conocerse más a fondo, el metalero del salón no terminaba siendo necesariamente amigo del alternativo, y podía, en cambio, convertirse en íntimo de la chica más conservadora, pero de seguro sus primeros intercambios no ocurrían orgánicamente por la barrera misma de sus códigos opuestos de vestido. Entendí de inmediato cómo intuitivamente nos sentimos más seguros interactuando con personas con las que creemos tener algo en común desde la vestimenta. Es posible que esta sea una forma más fácil de romper el hielo cuando no conocemos al otro, aunque esto no siempre defina quiénes van a ser nuestras amistades a futuro.

Creo que esta anécdota me ayudó a comprender que el textil es mucho más que una simple capa de tela que cubre nuestro cuerpo. Aprendí que es un potente medio de comunicación que nos permite expresar nuestra identidad, nuestros valores, y que además alberga nuestra historia personal, ya que este es en sí un gran contenedor de memoria. Es fascinante cómo algo tan aparentemente simple como la ropa que habitamos puede tener un impacto tan poderoso en la forma en que nos percibimos y nos perciben los demás. Y digo “habitamos”, pues la ropa que tienes puesta mientras lees esta columna es al final el espacio más pequeño en el que te encuentras en este momento. 

Esta noción ha definido en gran medida mi oficio como diseñador, ya que esta arquitectura que se mueve al unísono con nuestro cuerpo no solo nos resguarda, sino que además comunica en gran medida quiénes somos como individuos y cómo nos relacionamos con la textura del territorio que habitamos, lo cual nos vuelve un hilo (no homogéneo) del tejido social del que hacemos parte.

Al igual que el textil, podemos tejer vínculos estrechos, enredarnos, quedar desestructurados mientras nuestra trama y urdimbre se desbarata y nos deja sin hilos que nos sostengan. Podemos tejer relaciones duraderas y hermosas, rompernos y, por supuesto, cuando esto ocurre, podemos repararnos (entre muchísimas tantas similitudes). Esta última es una de las cualidades del textil en la que quiero hacer hincapié, sobre todo porque el espíritu de nuestra época demanda velocidad y cambio. La condición efímera del contenido que consumimos es un fiel paralelo de lo fácil que desechamos y reemplazamos los objetos que invitamos a acompañar nuestro cuerpo o nuestro entorno. Incluso muchas de las relaciones modernas caen en este aspecto, que está cada día más inscrito en nuestro zeitgeist. Por esto hemos aprendido que es más fácil reemplazar algo que se ha roto que tomarnos el tiempo y esfuerzo que implica repararlo. 

Reparar es un ejercicio que demanda intención y paciencia, se realiza desde adentro y se refleja por fuera. Al reparar un textil, cada fibra contribuye a la construcción de un hilo fuerte, que puntada a puntada, mientras la ruptura es zurcida, va dejando una cicatriz en el mismo, una impronta que cuenta una historia de tres momentos: trauma, memoria y reparación. Lo mismo ocurre cuando nos rompemos (tanto física como emocionalmente), solo que generalmente se nos ha enseñado a temer a las cicatrices y buscamos que ese proceso de reparación “maquille” estas marcas para que parezca que nunca estuvieron allí. Borramos esas huellas suprimiendo el trauma de nuestra memoria, pero ignorando que debajo de ese maquillaje estas siguen existiendo. 

Este es un proceso de reparación muy ajeno a algunas culturas de Oriente, en donde un objeto reparado adquiere más valor, ya que alberga una nueva historia en sí mismo. El kintsugi es un hermoso ejemplo de esto.   

La prenda sostenible no es aquella que se puede reciclar o que esté fabricada con fibras orgánicas y materiales más amigables. Es aquella que enamore tanto a alguien al punto de que esta se convierta en un eco de su identidad y la cuide para que perdure en el tiempo. Que por ser atemporal pueda pasar a otra generación, aquella que, si en su fragilidad se rasga, merezca llevar una cicatriz de resiliencia porque sus intangibles son mucho más relevantes que la materialidad misma que la conforma. Y por esto, su reparación se convierte en algo incuestionable. Proponer algo así en nuestros días puede sonar ingenuo, en un momento en el cual pocas cosas parecen ser especiales. Y esto es porque estamos constantemente rodeados de objetos que obedecen a funciones, pero que carecen de corazón. Sin embargo, ¿cómo añadirle corazón a un objeto?

Hay una responsabilidad muy grande detrás de un diseñador. Al final, este decide cómo utilizar los recursos de un mundo finito para producir objetos que den solución a una necesidad. Pero creo que desde la academia y la industria se debe reemplazar la pregunta sobre qué diseñar por otra pregunta: ¿por qué diseñar? En términos económicos se piensa con frecuencia en cuál es el producto que más va a vender y el dinero se convierte en la motivación principal para diseñar algo. Se establecen dinámicas complejas de marketing para imponer las nuevas tendencias que pronto pasarán de moda y serán reemplazadas por otras que traerán consigo nuevos productos que harán parecer obsoletos a los anteriores. Mientras tanto, los consumidores desechamos objetos y quedamos fascinados con la novedad, sin sospechar que todas esas tendencias pasadas de moda que hemos reemplazado por otras nuevas seguirán teniendo vigencia por muchos años en este planeta mientras deambulan o navegan en nuestros océanos en forma de plástico, ropa vieja y objetos que fueron concebidos para convertirse en los desechos de una cada vez más agresiva obsolescencia programada.

No se puede hablar de moda sostenible sin antes hablar de un consumo responsable. Esta premisa nos propone consumir menos pero consumir mejor (o incluso no consumir si no es necesario). Pero este es un juego de dos vías donde el consumidor necesita ser muchísimo más selectivo y consciente a la hora de decidir comprar algo, y la industria, en respuesta, debe proponer objetos con un storytelling (honesto) que albergue intangibles que resuenen con los valores de su consumidor. La industria debe analizar a fondo cuál es el propósito de su producto preguntándose por qué producir. Yo personalmente me hago dos preguntas cuando diseño algo, la primera: ¿es bueno?, y la segunda: ¿importa? Cuando algo es bueno, su función está resuelta, y en términos de patronaje y calidad, todo funciona. Pero he aprendido que no todo lo que es bueno necesariamente importa. Cuando algo importa, la primera pregunta está resuelta, pero si importa es porque estoy contando una historia más compleja, que genere más preguntas que respuestas tanto en quien viste como en quien observa. Estoy dedicando, junto con mi equipo de trabajo, tiempo y paciencia para elaborar un objeto especial, que merezca ser cuidado y que perdure en el tiempo. De esta manera, mis valores resuenan con los de mi consumidor y la retribución económica de este proceso se me presenta como la consecuencia de un ejercicio de resistencia, no de velocidad. 

Creo que la paciencia es un valor que debemos adoptar en el espíritu de la época en que vivimos; rodeados constantemente por una cultura de la inmediatez y la obsolescencia, donde, en gran medida, casi todo se presenta efímero y puede ser fácilmente reemplazado, ya que poco de lo que consumimos alberga una intención memorable. Por esto creo que, cuando dedicamos tiempo y paciencia para crear algo hermoso e inspiramos a otros a hacerlo, el resultado es amor, y esto es lo que más necesita el mundo hoy en día.

 

ACERCA DEL AUTOR


Publicista y diseñador gráfico de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Creador de A New Cross, una marca bogotana que busca cuestionar y reinterpretar el imaginario contemporáneo de la identidad latinoamericana. Fue ganador del Fashion Trust Arabia 2021 con la colección Todo lo que no tejí.